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Rosalía, autumn 2023
Photography Rafael Pavarotti

El camino de Rosalía hacia la inmortalidad de la música pop

Desde sus inicios con el flamenco experimental hasta su collage sonico, Motomami, Rosalía es siempre en movimiento. Reflexionamos en la obra valiente de una estrella que está siguiendo el camino más riesgoso hacia la inmortalidad de su música pop

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Las luces parpadeaban en el escenario de un pequeño teatro en el centro de Manhattan el pasado otoño. Un popurrí de reguetón revoloteaba en  el aire como el pulso de un corazón acelerado, moviéndose, creciendo y saltando por la sala hasta escapar a las calles de la ciudad. Una veintena de canciones nos habían conducido hasta ese instante. Era el momento cumbre del tercer acto de sus conciertos en directo, cuando Rosalía invita a un pequeño grupo del público a bailar con ella en el escenario.

Mientras me sumaba a aquel torbellino rumbo al escenario, después de una hora previa de coreografías de precisión milimétrica y una ejecución vocal acrobática que dieron paso a un estado frenético de pura energía, me di cuenta de lo fácil que es verse atrapado por la órbita de Rosalía. Con 30 años cautiva y transmite ese tipo de calma propia del ojo de un huracán. Desde mi posición privilegiada detrás de ella esa noche, sentí durante unos minutos la gravedad de su estrellato.

Sinceramente, no era fan de toda la vida cuando la acompañé ante los focos aquella noche. La había visto actuar en directo por primera vez unos años antes y su sonido me impresionó. Fue en el festival de música Austin City Limits, donde Rosalía destacó incluso en medio de un cartel ecléctico con artistas que iban desde Cardi B y Mumford & Sons hasta Kacey Musgraves y Thom Yorke. Su interpretación dejó a la gente literalmente quieta, detenida durante unos pocos minutos en pleno bullicio del festival para sentir la emoción desbordada de su música.

Le seguí la pista desde entonces; y la escuchaba de forma intermitente. No fue hasta el año pasado, gracias al encargo de un artículo sobre ella para la Rolling Stone, cuando tuve la oportunidad de conocerla. Pasé un tiempo analizando su discografía, leyendo entrevistas a conciencia y, a medida que se acercaba nuestro primer encuentro, empecé a ponerme más nerviosa. Dado el tiempo que dedicaba a hablar de sus influencias y el esfuerzo con el que estudiaba su oficio, estaba convencida de que sería una persona intimidante o excesivamente seria. Al contrario, me rompió los esquemas de inmediato. Todo el que conoce a Rosalía, simpática y de mirada brillante, coincide en que contagia alegría de vivir.

Todo lo que pensaba que sabía sobre ella cambió después de nuestros primeros encuentros. Si uno se fija en el panorama del pop, resulta difícil nombrar a otros artistas capaces de tomar el relevo en la trayectoria que Rosalía se ha labrado con tanta naturalidad. Ha desafiado el concepto de categorización, se ha negado a negociar su estilo con nadie y se ha visto recompensada por ello. Su éxito no se debe a un cálculo meticuloso ni a las maquinaciones de los ejecutivos de una discográfica; es el resultado de su amor sencillo e innato por la creación, algo muy fácil de detectar si uno se fija en ese brillo en su mirada cuando habla de la producción de un tema o de una letra en concreto.

No paraba de reír, profundamente consciente de la locura de su situación, que abraza con gratitud, entre estancias en hoteles frente al mar y pequeñas escapadas para explorar ciudades con sus amigos en extrañas horas muertas en medio del ritmo frenético de una gira. Muchos artistas dicen que hacen música para sus fans; el caso de Rosalía es un poco diferente. Para ella, la música representa su necesidad de conectar, y espera que sus fans la sigan allí donde la lleve este deseo. Se remonta a un recuerdo de la infancia que me describió una vez, la experiencia con la que empezó todo.

Rosalía ha buscado desde el principio el sentido de comunidad. Tuvo esa sensación por primera vez en una iglesia en Sant Esteve Sesrovires, el municipio industrial a las afueras de Barcelona donde se crio. Aún recuerda el momento en el que escuchó un coro de voces que salían del interior de aquel edificio, el poder que ejercieron sobre ella. Una forma sagrada de comunión en el sentido más sencillo y bonito del término, el sonido de muchas voces que se convierten en una sola. La idea no solo la atrajo sino que le despertó un deseo de hacer eso mismo para otras personas. No es casual que la imagen de Motomami, el extenso álbum de 2022 que Rosalía tardo tres años en preparar y con el que lleva girando el último año por todo el mundo, sea el motivo de una mariposa. Para ella, la música es sinónimo de metamorfosis.

Aunque muchos artistas se centran en trabajar con un sonido o estilo específico, la cantante prefiere adaptar su música al momento para crear una suerte de cuaderno de recortes sonoro que captura de manera precisa su presente. Cada canción o álbum puede sonar distinto, como en realidad sucede, pero de esta forma también hace honor a su crecimiento. Rosalía aletea como una mariposa, en constante movimiento, siempre cambiante y difícil de atrapar.

“Si no me comprometo con un solo estilo, puedo seguir aprendiendo y creciendo al tratarlos todos. Me encanta la idea de no estar en un sitio concreto porque así puedo ocuparlos todos” – Rosalía

“Si no me comprometo con un solo estilo, puedo seguir aprendiendo  y creciendo al tratarlos todos”, me contó la primera vez que hablamos el verano pasado. “Me encanta la idea de no estar en un sitio concreto porque así puedo ocuparlos todos. Si me encasillara en un solo lugar, en una línea de pensamiento, no podría aprender sobre todos los demás lugares a los que voy, ni descubrir formas nuevas de llegar allí”.

En Motomami esto implicaba partir de los paisajes sonoros españoles que dominaron sus dos discos anteriores y adoptar las tradiciones musicales de Latinoamérica. Experimentó con la bachata, el reguetón, el dembow, el bolero y el rap, fusionando los géneros sin restar importancia a los tipos de melismas y líneas vocales del folklore con los que se hizo conocida.
Este enfoque hunde sus raíces en la música que aprendió en un primer momento. Empezó a formarse en el flamenco con 16 años en el Taller de Músics de Barcelona, lanzándose de cabeza a estos estudios con una pasión que lo consumía todo. Entre clases y ensayos conseguía sacar tiempo para actuar y asistir a fiestas con sus amigos en la ciudad, donde fue acumulando una multitud de influencias musicales que tardarían años en aparecer en sus canciones.

José Miguel Vizcaya, su profesor y mentor, la describió como una alumna con una disciplina férrea, cuyos sueños supo de inmediato que se encontraban bastante más allá de las paredes de su aula. Raül Refree, productor y músico español con quien trabajó en Los Ángeles, su álbum de debut en 2017, explica que su colaboración surgió de una forma orgánica. Los presentó un amigo común y ambos empezaron a tocar juntos por la ciudad. Al final, una actuación en un pequeño local del barrio de Gracia en Barcelona lo cambió todo. Sobre el papel, un concierto en directo que no se había anunciado y al que asistieron unas pocas docenas de personas podría parecer irrelevante, pero Refree me cuenta que la energía de aquella noche fue transformadora; enseguida supieron que tenían que hacer algo juntos.

“Es muy intuitiva”, explica mientras recuerda la época en la que trabajó con la cantante. “En aquellos momentos, las decisiones que tomaba me sorprendían bastante: cómo quería interpretar determinadas melodías o contar ciertas canciones. Era muy madura y estaba muy centrada. Ese disco no nos resultó nada fácil. Las melodías eran complicadas de interpretar y nos estábamos acercando al flamenco desde un ángulo diferente, aunque ella tenía la mente muy abierta y siempre se esforzaba para encontrar los espacios”.

Aunque el disco recibió los elogios de la crítica y se convirtió después en un éxito inesperado, también fue criticado por las voces conservadoras del flamenco, que consideraban que se había desviado demasiado de las raíces del género. “Grabar ese disco supuso un gran riesgo para ella”, afirma Refree. Él no se había formado en guitarra flamenca y empezó a experimentar con el género cuando comenzó a tocar con Rosalía, aunque en ese momento ella ya estaba inmersa en aquel universo. Durante el proceso de grabación, se preguntaba cómo recibirían su obra los puristas de la comunidad del flamenco. “Es muy significativo que, como artista, decidiera asumir riesgos tan grandes desde el principio”.

La apuesta por esta actitud se redobló en su segundo disco, El mal querer, aclamado por la crítica y trampolín de su carrera internacional en el que dio un paso más en la experimentación con el flamenco. Ese enfoque fue, a su manera, una forma de rendir homenaje al género. El flamenco se construye sobre la pasión de las actuaciones en vivo. Y, aunque algunos elementos de los temas no eran flamenco en un sentido estricto, tomaba el testigo de artistas magníficos como el emblemático Manolo Caracol, que rompió barreras al intentar crear algo con una técnica al margen de lo habitual pero que, en última instancia, transmitía al oyente lo que la música le hacía sentir.

“Cuanto más libre eres, más fácil te resulta decir lo que quieres, poner las cartas sobre la mesa. Eso forma parte del acto de crear” – Rosalía

Motomami es una contradicción por naturaleza; una incoherencia constante, un equilibrio entre fuerza, versatilidad y vulnerabilidad. Se trata de un álbum que va más allá de los géneros y rompe las reglas, a pesar de seguir ocupando un espacio en las listas convencionales de éxitos pop. Para Rosalía, se convirtió en una oportunidad de bajar la guardia y no tomarse a sí misma demasiado en serio, pero también de analizar temas profundos, como su sensualidad, su lado espiritual y su relación con la fama.

Cuando hablas con Rosalía, te queda claro de inmediato que para ella nada de esto es un juego. Es sumamente consciente y le encantan los vídeos de fans bailando sus canciones; se ríe nerviosamente con los memes de su ahora mítica pose mascando chicle. Pero, si nos fijamos en su oficio, todo es un cuidadoso paseo por la cuerda floja entre el análisis meticuloso de la exhaustiva biblioteca de sonidos y elementos visuales de su mente, y la libertad pura que busca en cada una de sus aventuras creativas. “Cuanto más libre eres, más fácil te resulta decir lo que quieres, poner las cartas sobre la mesa”, explica. “Eso forma parte del acto de crear”.

Suele citar a David Bowie, amor platónico de su madre y constante fuente de inspiración cuando era más joven, como una de sus principales influencias. No venera sus premios ni su legado sino su espíritu libre, el impulso claro o, más bien, la necesidad de transformarse y evolucionar constantemente.

En su música pueden escucharse estas dos caras enfrentadas. Están las referencias estudiadas en detalle a músicos, poetas y artistas clásicos y, por otro lado, el choque salvaje de sonidos y ritmos que le dieron vida a todo. Desprende la energía de una artista para la que todo se ha adaptado y confeccionado por manos expertas para seguir las modas o anticiparse a ellas, pero lo cierto es que la propia Rosalía se halla inmersa en una búsqueda constante de inspiración, siempre atenta a lo que mueve a otras personas. Es su visión de la vida y el arte la responsable de que componga temas como “Saoko” o “Hentai”.

“Siempre se arriesga”, me cuenta Rick Rubin, legendario productor y admirador de su música desde el principio. “Hemos visto cómo Rosalía seguía guiándose por su propio instinto, y su público crece más allá de estos cambios de estilo. Su fórmula para triunfar ha sido sincera y fiel a sí misma. Por suerte, es una artista y no un producto”.

“La primera palabra que me viene a la cabeza para describirla es ‘singular’”, afirma Noah Goldstein, productor que trabajó estrechamente con Rosalía en Motomami. “Sinceramente, no creo que haya nadie en el mercado haciendo lo mismo que ella. Estoy convencido de que ha desafiado a todo el sector con su música. Se esfuerza mucho, y eso se nota en lo que hace. Además, ha establecido un nuevo baremo para el pop y lo que puede ser el género. Llega más allá de las barreras, trasciende el lenguaje con su música. ¿Convertirte en una superestrella del pop grandiosa mientras haces música sin ataduras hasta el punto de no cambiar el lenguaje que usas para agradar a todo el mundo? Creo que es increíble”.

“Hemos visto cómo Rosalía seguía guiándose por su propio instinto, y su público crece más allá de estos cambios de estilo. Su fórmula para triunfar ha sido sincera y fiel a sí misma. Por suerte, es una artista y no un producto” – Rick Rubin

El show de Motomami en directo es la extensión natural de la búsqueda de libertad de Rosalía. Empezó a trabajar en el concepto de la gira mientras componía el álbum. Si la música hablaba de su transformación, de su lucha con la fama y de bajar la guardia, el espectáculo tendría que expresarlo también. El resultado final es un maratón de dos horas en el que apenas abandona el escenario. Durante el transcurso del concierto, los límites entre artista y fan se difuminan; aparece flanqueada por el cuerpo de baile, rodeada de cámaras, avanzando poco a poco, cada vez más cerca, quitándose el maquillaje, interactuando con el público, invitándolos a subir al escenario hasta que, al final de la noche, esos límites se han roto por completo.

“Quería que, en el espectáculo, el público entrara en su mundo”, explica Mecnun Giasar, responsable de las coreografías mano a mano con Rosalía. En este momento de su carrera, con un Grammy y una docena de premios más en su haber, podría haber dado un paso atrás. Era el blanco de todas las miradas y, como otras muchas estrellas de éxito reciente, podría haber puesto distancia con su público para cultivar un imagen de celebridad. En vez de eso, prefirió que la gente se acercara más, invitarlos a entrar. “Quiero que me entiendan”, declaró. “Quiero que la gente sepa que estoy siendo transparente. Ese es el motivo por que el intento acercarme a ellos”.

Giasar y Rosalía se reunieron y escucharon el álbum entero. Él recuerda que le sorprendió la ausencia de barreras, producto de la fase inicial de creación durante los primeros meses de pandemia en los que, como todo el mundo, Rosalía ansiaba salir de nuevo al exterior. No pensaron inmediatamente en cómo sería el resultado sino en lo que transmitía cada canción. “Lo importante era la energía”, dice. “Esa energía Motomami particular que no pertenece solo a hombres o mujeres sino que forma parte de las generaciones más jóvenes. Es un estilo de vida. Queríamos crear un movimiento cultural juntos. Eso es lo fundamental de este espectáculo: no solo que los fans fueran testigos de la propia metamorfosis de Rosalía sino que esta les inspirase a hacer lo mismo; a perseguir la libertad que ella siente cuando actúa”.

Cuando Rosalía habla del show, lo hace con un entusiasmo que no pone de manifiesto la cantidad de veces que lo ha interpretado. Sigue muy emocionada con el espectáculo que ha creado y la conexión que ha surgido. “Quiero ofrecer cada noche una función que sea de verdad”, dice. “Al fin y al cabo, cantar es un acto de apertura ante la gente. En el momento en el que te subes al escenario, inicias ese diálogo [con el público]”.

En julio terminó la gira mundial de Motomami con una emotiva actuación en París, en la que los ojos se le llenaron de lágrimas mientras cantaba “Hentai” al público en Lollapalooza. Quien piense que ha echado el freno se equivoca. Ya acumula en el móvil una extensa lista de notas con ideas detalladas sobre sus siguientes movimientos. Tiene en la cabeza una explosión de sonidos y colores que recorre constantemente una lista exhaustiva de fuentes de inspiración.

Cuando pasas tiempo con Rosalía, te abruma la velocidad a la que piensa. Siempre va una idea por delante, persiguiendo un sentimiento o un anhelo que le sale de dentro. Por eso su música es tan emocionante e impredecible; se deja guiar únicamente por la intuición, no por el puesto que ocupe en las listas de éxitos ni por los premios. Muestra una calma insólita, algo que solo es posible porque hace mucho que convive con la idea de que existe para hacer exactamente lo que está haciendo. “Hay cosas que no se pueden forzar”, explica. “Estoy convencida de que, cuando grabas un disco, tienes que incluir lo que está pasando a tu alrededor o lo que estás viviendo en ese momento”.

“Quiero ofrecer cada noche una función que sea de verdad. Al fin y al cabo, cantar es un acto de apertura ante la gente. En el momento en el que te subes al escenario, inicias ese diálogo [con el público]” – Rosalía

Ese es el motivo por que el que muchos de sus colaboradores quieren repetir con la cantante. Para el vídeo de su último single, “Tuya”, que presentó en junio, contó por tercera vez con Stillz, un director escurridizo y muy codiciado. En el vídeo del tema, una canción de reguetón con instrumentos japoneses de fondo, la cantante explora las calles de Tokio sola. “Explorar forma parte de lo que soy como artista. En el caso de ‘Tuya’, inspiraciones como el reguetón, los sonidos de Japón, el flamenco y el gabber coexisten al mismo nivel”, declaró a la prensa. La propuesta a Stillz fue una idea sencilla para grabar algo que pareciera natural. Quería mostrar la belleza y la determinación de la ciudad. “La considero una musa”, cuenta Stillz. “Crear obras atemporales es lo que más nos importa. “Para mí, Rosalía está por encima de las reglas. Hace lo que quiere”.

A lo largo de su carrera, es constante en Rosalía una creencia firme en su instinto. No hay cabida para las tendencias de TikTok ni estrategias de marketing, solo espacio para lo que siente correcto. Una de sus mayores fortalezas como artista es que se siente todo lo contrario a un producto de masas. Un bien muy preciado en una época de artistas en guerra con sus discográficas por canciones sin presentar, que echan a perder lanzamientos para romper contratos o se ven obligados a recurrir a trucos baratos para que sus canciones se hagan virales. Rosalía es cuidadosa con su fama y, en ocasiones, totalmente reacia a ella. Quizá porque ese no es su objetivo a largo plazo.

Antes de estar en la cima del mundo, Rosalía siempre apostó por ella misma. Me acuerdo de algo que me contó, el día después de un concierto, sobre el poder de rendirse: “Que sea lo que Dios quiera”, me dijo. “Lo hago porque necesito hacerlo, tanto si me escucha una persona como si son un millón”. 

Translation ANA RUBIO RAMÍREZ, sub-editing MARTA ÚRBEZ

Hair JESUS GUERRERO at THE WALL GROUP using OGX, make-up ANA TAKAHASHI at ART PARTNER, nails SYLVIE MACMILLAN at MA+ using LA CRÈME MAIN BY CHANEL, set design IBBY NJOYA at NEW SCHOOL, movement direction YAGAMOTO at NEW SCHOOL, photographic assistants FELIX TW, VALDRIN REXHEPI, PIETRO LAZZARIS, styling assistants ANDRA-AMELIA BUHAI, SAM THAPA, MONICA JIANG, LEA ZÖLLER, ARIELLE NEUHAUS GOLD, make-up assistant CHLOÉ PALMER, nails assistant ABENA ROBINSON, set design assistant AXEL DRURY, tailoring GILLIAN FORD, digital operator PAUL ALLISTER, retouching PAWEL OKOL, production YASSER ABUBEKER at YMI STUDIO, production assistants SARAH IBRAHIM, ELLA BENNETT, HANNAH GILBERT, post-production DTOUCH, executive talent consultant GREG KRELENSTEIN at GK-ID PROJECTS, special thanks MARK WADHWA, ADAM WESTON and the teams at OAKLEY COURT and 180 STUDIOS